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domingo, marzo 20, 2011

La cita

La cita

Ya eran las tres y éste cabrón no llegaba. Junto a la jacaranda uno que otro curioso me veía así de reojo, quizás se habían percatado que llevaba tiempo ahí aplastado esperando a alguien. Caminaba de un lado a otro y volteaba a ver la hora en el celular: la desesperación se apoderaba de mí. Seguro a ustedes les pasa lo mismo cuando no llega el novio, él o la amante, la amiga, el ligue pues. Si no llega a la hora de la cita, nos pone tensos y empezamos a desesperarnos: empezaba a encabronarme.

Volvía al reloj y al celular: no dejaba de verlos. Traje un libro, para no aburrirme en el camino, sólo le di unas cuantas hojeadas, pero ya me había fastidiado, así que lo guarde. Quise apantallar que soy una persona que lee de vez en cuando, porque eso siempre habla bien de uno. Quizás se interesaría más en mí o de plano no me preguntaría nada del libro, porque me dijo que no le gusta leer. Yo le mentí al decirle que me gusta y que lo hago constantemente, porque una persona culta siempre es bien recibida, pero éste mugroso y apestoso libro viejo que en mi vida había pasado de la página veinte, ya me molestaba, quería tirarlo. Inclusive le haría un favor, pues ya se le están cayendo las hojas, pero sé que ese Verné o Verne fue alguien importante, me lo dijo mi maestra de la prepa. Honestamente no me interesaban Las veinte mil leguas de viaje submarino, lo único era sumergirme, eso sí.

A un lado del hoyo que ya había hecho por ir de un lado a otro mientras llegaba ese cabrón, vi llegar a una pareja joven con su bebé. Ellos: unos chamacos. La mamá llevaba esos típicos zapatos negros, y bajitos de charol, calcetas hasta la rodilla, una falda bien gastada de tantas las lavadas. La blusa también era la clásica que piden para la escuela, blanca y de cuello “V”, pero esta ya no era blanca ya era del amarillo percudido que ningún detergente mejora, pensé. Ella buscaba la mamila en la mochila, no en la tradicional petaca para cosas de los bebés, no era como la que usa mi hermana para su chamaco. Junto a ella el joven padre lleva pantalones de mezclilla, sus converse sucios y rotos, la camisa por lo menos está planchada. Sostiene un cigarro mientras observa como ella enloquece sacando todo de la mochila para encontrar algo, tal vez el biberón o un pañal. Despreocupado, inquieto y con el cigarro en la mano, no le importa saber porqué el niño llora, sólo voltea para ver de reojo a las muchachas que pasan y tienen buena nalga. No hay duda que el deseo y el taco de ojo nunca se acaba por mas que este fregada la cosa. Yo lo hago también con los bonitos muchachos que veo pasar. El cigarro esta apunto de acabarse, cuando se termine quizás encienda otro y cuando la cajetilla se acabe, buscará dinero en los bolsillos rotos, tal vez no encontrará nada. Al llegar a casa pedirá dinero prestado para comprar pañales o cosas para el niño, pero al tenerlo quizás prefiera otra cajetilla o chelas para sus cuates. Ya volteó a verme, permanece quieto mirándome y regresa a ver al niño.

Ya le dijo que lo calle, que la gente los está viendo. A mí también me están viendo. “¿No te has dado cuentas?, ya vieron que el niño chilla y chilla, porque no le cambias el pañal o le das sus mamila”, le dices a ella. Los que esperan en el parque lo miran, también voltean a verme y se burlan discretamente de nosotros. No dejan de cuchichearse al oído mientras nos miran. Llevó solo desde hace rato, no pierdo de vista la hora, ya empecé a desesperarme, la cita sigue retrasada. Pierden el control con el niño, y eso a ellos, a los mirones los regocija. Volvemos a encontrarnos con los ojos temerosos e inquietos, pero vuelves a huir. Tal vez si hubieras resistido, y no te hubiera ganado la calentura con ella podríamos conocernos mejor. Sé que esto de enamorarse cabrón con cabrón, no es “normal” según las buenas costumbres, pero por lo menos satisface el deseo y placer, además sólo hubieran sido unos besos y con suerte una buena cogida. No quisiste esperarte tantito para conocerme, preferiste pedirle la dichosa prueba de amor, no te aguantaste para ver que pasaba entre nosotros.

Ella tan fina y delgada, y con sus sueños a largo plazo, probablemente aspiraba a ser abogada o secretaria bilingüe en una bonita oficina. En vez de eso debe encontrar la manera de calmar al niño. Otra nalgada servirá para que haga caso y no lloré más, piensa, pero eso agranda el llanto, ya no sabe que hacer. Tú le gritas también y le sueltas un manotazo: “¡Es tu hijo!”, dice la mamá asustada. Discretamente la jalas de los cabellos, mientras que la vez con desprecio por reclamarte. En tus labios otro cigarro espera la lumbre.

Cuando te enojas sobresale una vena en tu sien. Quizás hubiéramos sido bonita pareja. Te diría que me encanta verte enojar porque te salta esa vena en la sien. Con suerte te hubieras enamorado de mí. No sería la primera vez que me tratan mal, y que juego el papel de amante o no vio informal. Con una buena mamada y ser un poco sumiso, se les olvida que existen los jotos y maricones, con ellos también le entran. La cita, el cabrón que sigo esperando me dijo que le gusta ser juguetón y tronador de culos, no me importa eso, sólo me gusta acariciar el cabello, lo demás no importa. Acariciaría tu vena en la sien una y otra vez. El niño sigue llorando, la mamila no ha servido de nada y ambos discuten por no saber qué hacer. Comienzan a buscar al culpable en medio de reclamos y gritos. Decides dar otro manotazo al bebé y otro a ella. En el parque no dejan de verlos, pero nadie dice nada. Yo sigo esperando mi cita, pero eso ya no les importa, ustedes han armado el espectáculo del día. Satisfacen a los presentes y a los de paso. El niño espera en la carreola desgastando sus pequeños pulmones con un llanto triste. Pides que deje de reclamarte e intentas volver a lastimarla enfrente de todos. Sostienes bruscamente el transporte del niño, lo agitas y vuelves a gritarle que no sabe cuidar niños. “Eso nadie los sabe”, te grita. Empiezas a caminar, volteas a buscarme y como siempre pasa, también huyes. Te diriges a casa para dejarlo con alguien, tal vez sea la abuela. Sabes que ella lo cuidará, pues soñó todos los días con ese momento: con el nieto. Aunque no de esta forma, no así, porque a su hijo le falta todavía mucho por vivir y estudiar para ser alguien. Sigues caminando para encontrar la manera de calmar a tu hijo.

Ella te sigue mientras limpias las lagrimas que caen de sus ojos. Todo se ha salido de control y ya no le importa recibir más golpes. Lo único importante es no perder lo único que tiene. No dice nada ni hace nada, no sabe qué hacer. Va detrás de ti metiendo las cosas en la mochila de la secundaria, quizás ahí se conocieron. Ya no veo tu vena marcada en la sien, ni la tímida mirada. Sigo esperando a la cita que lleva cuarenta minutos retrasada, acabo de ver mi reloj.

YHV
Octobre 10 / Fevrier 011

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